Con sabor de fatigas y pesares,
-la fe en el pecho y en la espada el rayo-
sin vaivén de flaquezas ni desmayo,
dejaron el arrullo de los mares.
Atrás esteros, sierpes y jaguares...
Cortejando el peligro de soslayo,
rimaron de los cóndores ensayo,
erguidos sobre cimas seculares.
Y una tarde entre piras de oro y grana,
al trasmontar de la postrera cumbre,
contempló la falange castellana,
en resplandor de fugitiva lumbre
que borraba su ingente pesadumbre,
un fervor de esmeralda: ¡La Sabana!
-la fe en el pecho y en la espada el rayo-
sin vaivén de flaquezas ni desmayo,
dejaron el arrullo de los mares.
Atrás esteros, sierpes y jaguares...
Cortejando el peligro de soslayo,
rimaron de los cóndores ensayo,
erguidos sobre cimas seculares.
Y una tarde entre piras de oro y grana,
al trasmontar de la postrera cumbre,
contempló la falange castellana,
en resplandor de fugitiva lumbre
que borraba su ingente pesadumbre,
un fervor de esmeralda: ¡La Sabana!
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