Por la atónita selva, que pujante
abres, como rasgada vestidura,
vas corriendo la intrépida aventura
de llevar tu pendón siempre adelante;
mas, de súbito, escuchas el gigante
rumor de un mar poblando esa espesura,
y reparas que crece y se apresura
cuanto más huyes tú del mar de Atlante.
Es otro... ¿No lo ves? hacia él te lanzas:
llegas por fin con tu bandera a solas,
y en el roto cristal entras y avanzas;
y diríase, al ver tu épico trazo,
no que tú penetraste entre las olas,
sino que el mismo mar... ¡te dio un abrazo!
abres, como rasgada vestidura,
vas corriendo la intrépida aventura
de llevar tu pendón siempre adelante;
mas, de súbito, escuchas el gigante
rumor de un mar poblando esa espesura,
y reparas que crece y se apresura
cuanto más huyes tú del mar de Atlante.
Es otro... ¿No lo ves? hacia él te lanzas:
llegas por fin con tu bandera a solas,
y en el roto cristal entras y avanzas;
y diríase, al ver tu épico trazo,
no que tú penetraste entre las olas,
sino que el mismo mar... ¡te dio un abrazo!
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