No hay grandeza en la tarde, ni en el ocio
que la tarde me entrega y que he gastado
en buscar algo grande en el entorno
que ahora envuelve mi tiempo. Y después de la música,
y de mucho tabaco, y de dar muchas vueltas
por mi vieja memoria y por la casa,
he encontrado en un libro algunas fotos
de una tarde tranquila como ésta
en las que estoy fumando en la terraza.
Y al mirar esas fotos todavía recientes
de un momento trivial como este mismo,
una extraña emoción adorna los objetos
que desde allí me observan, y que voy comparando
con lo que son ahora: las macetas
han cambiado de sitio, ya se han muerto las flores
que crecían entonces, y entre otros detalles
sin ninguna importancia que mi mano mudó
al correr de los días, descubro ahora que es la mano
que sostiene el cigarro y parece la misma
lo que más ha cambiado, pues pertenece a un hombre
que soñaba un futuro diferente
para el que hoy lo mira, y se sonríe,
y alimenta otros sueños, y comprende
que también pasarán los de este día,
y aún contempla la tarde que se escapa,
y en ella al fin percibe, durante un solo instante,
esa extraña grandeza
que al pasar pone el tiempo en las cosas pequeñas.
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