Nuestros ojos, no miran, traspasan,
no se detienen en intermedias superficies.
Encontrarnos es taladrarnos de luz
y reconocer los hilos secretos
que se van adelgazando a cada instante
hasta un silencio final.
En vano
detenemos las horas y cerramos las puertas
para que nada se escape
de nuestro aliento.
Por lo mismo, nos amamos
con una convicción tan clara,
sin condición ni duda.
En el fondo de tu ser y en el mío
se consolida el pacto,
y después, viene lo accesorio:
tus miembros y los míos exaltados
por roces mínimos, luego
por desenvolvimientos de ola
en una extensa voluptuosidad,
superpuesta,
como una noche de estrellas
tendida sobre el agua.
Así cada poro obtiene
copia de su tibieza,
réplica de su furia,
y no es mi piel, sino la tuya
la que guarda inserciones,
venas, palpitaciones de mi cuerpo.
Tan confundidos estamos,
que una sóla epidermis
basta para estrecharnos a los dos,
en la delicia de morir
juntos, un poco cada día.
En tanto, en el fondo de tu ser,
y en el mío,
se consolida el pacto.
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