Te esperé desde siempre. Te intuía
con temor y vehemencia desbordante,
recelando que el soplo del instante,
marchar pudiera nuestra epifanía.
Te esperé, como aguarda el caminante,
su ración de descanso cada día
y en tanto que mi vida florecía,
mustiábase en la espera interrogante.
Te aguardo aún, sin prisa, sin alarde,
y en el alumbramiento de la tarde,
será la plenitud de tu sonrisa,
una perla en el éter diluida,
o la canción que se quedó dormida,
en los acantilados de la brisa.
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