martes, agosto 07, 2012

El Brindis Del Bohemio - Guillermo Aguirre Y Fierro




En torno a una mesa de cantina
una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.

Los ecos de sus risas escapaban
y de aquel barrio quieto
iban a interrupir el imponente
y profundo silencio.



El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al disolverse en nada
la vida de los sueños.

Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y repartían en la mesa, copas
pletóricos de ron, whisky o ajenjo.

Era curioso ver aquel conjunto
de aquel grupo bohemio
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo, que melosa y delicada,
la música de un verso.

A cada nueva libación, las penas
hallábanse lejos del grupo,
y una nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros
con el idilio roto que venía
en alas de recuerdo.

Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos
la agonía de un año de amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del feliz año nuevo...

Una voz varonil dijo de pronto:
-¡Las doce, compañeros!
Digamos el 'requiem' por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.

¡Brindemos por el año que comienza!
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos.

-Brindo, dijo otra voz, por la esperanza
que a la vida nos lanza,
a vencer los rigores del destino,
por la esperanza, nuestra dulce amiga
que las mitiga.

Brindo porque ya hubiese a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza,
si en mi cielo de tul, limpio y divino,
no alumbrará mi sino
una pálida estrella: ¡Mi esperanza!

-Bravo, dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste breve, bueno y sustancioso.

El turno es de Raúl; alce su copa
y brinde por... Europa,

-Bebo y brindo, clamó el interpolado;
brindo por mi pasado
que fue de luz, de amor y de alegría;
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía...

Brindo por el ayer que en la amargura
hoy cubre la negrura
de mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de deliquios, de desvelos.

-Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora.

Brindo porque mis versos cual saetas
lleguen hasta las grutas,
formadas de metal y de granito,
del corazón de la mujer ingrata
ya que su extranjerismo es delicioso
que a desdenes me mata,
¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!

Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos,
porque con creces mi pasión mi pague...
vamos!, porque me embriague
con el divino néctar de sus besos.

Siguió la tempestad de frases vanas
de aquellas tan humanas
y en cada frase de entusiasmo ardiente
que hallan a todas partes acomodo,
hubo ovación creciente,
y libaciones y reír y todo.

Se brindó por la patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.

Solo faltaba un brindis, el de Arturo,
el del bohemio puro, de noble corazón
y gran cabeza; aquel que sin ambages
declaraba que solo ambicionaba
robar inspiración a la tristeza.
Por todos estrechado alzó la copa
frente a la alegre tropa
desbordante de risa y de contento.
Los inundó en la luz de una mirada,
sacudió su melena alborotada
y dijo así, con inspirado acento.

-Brindo por la mujer, mas no por esa
en la que halláis consuelo en la tristeza
rescoldo del placer, ¡desventurados!,
no por esa que brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros:
brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos:
lo que vale el cariño.

Por la mujer que me arrulló en la cuna
por la mujer que me enseñó de niño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi madre! bohemios; por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña, tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volverá pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía,
y lloró de alegría sintiendo mi cabeza
en su corpiño.

Por esa brindo yo;
dejad que llore y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que gime y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella.
¡Por mi madre! bohemios
que es dulzura vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella...

El bohemio calló: ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.

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