he tenido que exhumar a los muertos.
Y ahí, frente a la fosa
-sostenido en mi oculto esqueleto de lágrimas-
he estado contando sus huesos,
acordando nombres, fechas,
entre los hongos y las tablas podridas.
¿Qué integridad, sumisa al tibio tacto,
puedo evocar ahora entre fragmentos?
Las frentes como piedras salpicadas de lodo.
Los fémures sin la molicie de los muslos.
La ausencia de los senos.
La desnuda sonrisa.
Los besos infinitos, acopiados
por fin, en la ceniza innumerable.
¿Qué importa?
En tanto, los dos estamos aún en pie
sobre la hierba
y a cada instante
convocamos el deseo y la palabra.
Levantamos el rostro
y es azul el cielo entre Dios y las aves.
El silencio es apenas
una apacible luz sobre las tumbas
y un río, no sé dónde,
se detiene para ignorar la muerte.
Hoy a pesar de estar contigo,
pienso en ti.
Callamos mientras tus pensamientos
dialogan con mi alma:
Dame tu mano que me siento tan solo.
¿Oyes esta música?
¿De cuándo?
¿De dónde?
De nuestro amor ella fue su eco,
como un aire impúdico
resbalaba entre tu piel y la mía.
¿Y ese perfume?
Lo sabe de memoria
la respiración de los recuerdos.
¿Eran axilas, libros, rosas
o ventanas abiertas?
¡Quién dijera!
Pero así es.
Debemos anudar estos pequeños hilos
para estrecharnos en la red
de nuestro inmenso amor.
Es necesario reunir, profundamente,
testimonios de destrucción
para seguir viviendo cada día.
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