Porque son niña,
tus ojos verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las huris del profeta.
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera,
y las ondas del océano,
y el laurel de los poetas.
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta
en que el carmín de los pétalos
se ve a través de las perlas.
Y, sin embargo, sé que te quejas,
porque tus ojos crees que la afean:
pues no lo creas;
que parecen tus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro,
que al soplo del aire tiemblan.
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta,
que en el estío convida
a apagar la sed en ella.
Y, sin embargo, sé que te quejas,
porque tus ojos crees que la afean:
pues, no lo creas que parecen,
si enojada tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
Y sin embargo, sé que te quejas,
porque tus ojos crees que la afean:
pues, no lo creas.
Que, entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro,
que un blanco armiño sujetan.
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